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Capítulo Séptimo: Amigos.

-Cuando los primeros hombres llegaron a estas tierras tan solo buscaban
hierro y carbón. Los encontraron, y también oro y plata. Se
establecieron en la costa del Sur, en pueblos amurallados junto al mar.
Allí lucharon las primeras guerras contra los orcos, sus antiguos
habitantes.

-¿Orcos en el Sur?

-Si niña, entonces había orcos por todas partes, y también dragones, y
mantícoras. Se dice que hasta había trolls. Sin embargo aquellos orcos
aún no conocían el hierro, y no fueron rival para los hombres.
Caballeros con armadura conquistaron feudos y se dieron el titulo de
Barones. El ultimo del ellos fue Iliar que conquistó con sus soldados el
gran ducado del norte, hasta el lejano río Valgar, tras el cual se
refugiaron los orcos, perversos y envidiosos de la gloria de los hombres.

-No lo sabía.

Los Barones explotaron las minas y cedieron sus recién adquiridas
tierras a los colonos que llegaban de ultramar para que las cultivaran
en su provecho. Aquellas gentes que huían del hambre y de la pobreza
acabaron convertidos en siervos. Los que no quisieron prestar juramento
de servidumbre a los nobles se asentaron en villas libres como artesanos
y comerciantes, la última que se fundó fue Antigua, que se convirtió en
la mas próspera y rica. Por eso el difunto rey llevó allí su corte y su
gobierno. Ahora todo se ha perdido y las llamas han consumido mi querida
ciudad.

-¿Por que se llamaba Antigua si se fundo la ultima?

-Eh, pues... Creo que se llamaba Antigua Ruina en un principio. Los
fundadores se asentaron a orillas del pequeño río Tangis y construyeron
sus primeras casas y talleres con piedras ya labradas que encontraron en
unas ruinas. Aquellas estructuras eran muy antiguas, y nadie sabe si
las construyo la gente, los orcos, o algún otro pueblo olvidado. ¿Quien
sabe?

Al magistrado le gustaba estar cerca de Hariell, y a ella le gustaba
oír sus historias. Aunque a veces la abrazaba con una familiaridad
extraña que ya no le gustaba tanto. Por eso en cuanto terminaba una
historia y se quedaba mirándola, Hariell se alejaba, despidiéndose
cortésmente.

-Ahora mi ciudad vuelve a ser una ruina. Tal vez en Verna tengamos
todos mejor fortuna, en unos días lo sabremos.

-¿Tan lejos esta esa ciudad?

-Está cerca, pero tardaremos al menos cinco o seis días en llegar.

-No sabía que el reino fuera tan grande.

-¡JE,JE! ¿Quien sabe como de grande es? Pero escucha: será difícil que
los Runer consigan llegar, no le tomes demasiado cariño a esa pareja de
ancianos.

El magistrado se aparto de Hariell y siguió andando solo, triste. ¿Que
había querido decir? Aquellos ancianos la habían acogido con un
inesperado cariño, habían sido protectores y amables.
Los Runer habían sido comerciantes de telas en otros tiempos, el fuego
y el pillaje acabaron con su casa, y con todo cuanto poseían.

Caminaban ya lejos del bosque entre campos de cereal, en un paisaje
tranquilo completamente contrario a la desolación que habían dejado
atrás; otros refugiados se habían unido a su grupo. Caminaban hacia la
ciudad de Verna, cuyos muros serían un refugio seguro.

-Hola Hariell.

-Ah, Eric. Hola.

-¿Quieres agua? He llenado este pellejo en un manantial bastante fresco.

-Si gracias. Tal vez deberíamos detenernos, los Runer parecen cansados.

-Sarim dice que no es buena idea esperar por los rezagados.

-¿Por que andas siempre con Sarim? Se pasa el día gritando, e insultándote.

-Porque conoce mundo y yo no. Siempre aprendo cosas con él.

-Él no parece que este muy a gusto contigo.

-Tal vez. Aunque ya no tendrá que preocuparse más por mi. El caballero
Hollegan se va al norte, y yo iré con el.

-Pero que esperas encontrar en el norte?

-Lo mismo que aquí aldeas campos y villas. Pero mas al norte hay
tierras salvajes en las que no hay hombres.

-El Magistrado me ha contado lo que hay allí.

-Sarim dice que demonios y orcos. También dice que entre ellos me
encontraré a mis anchas.

-Me gustaría que vinieras con nosotros a Verna, en esa ciudad estaremos
a salvo.

-Ya he visto una ciudad. No me gustó gran cosa, y no me pareció que
fuera segura. Además, Ser Holegan no puede ir allí. El magistrado le ha
advertido que la pena de muerte que dicto contra el, seguirá vigente en
todas las ciudades del reino.

-Y la muerte será lo que encuentre en el norte, zoquete. Si no que
crees que va a buscar en las tierras de los orcos.

Era Sarim el que se había unido a la conversación, un individuo
desagradable y maleducado, que siempre insultaba al pobre Eric. Como
toda la gente de la ciudad se creía muy importante y siempre tenia
respuesta para todo, pero aquel día padecía una terrible diarrea por
comer unas raíces, contra las que Eric le había prevenido sin éxito.

-Maldita sea mis pies me están matando.

Sarim también se quejaba todo el tiempo de tener que caminar tanto.
Hariell se preguntaba como se desplazaría la gente por la ciudad. Para
ella aquella caminata no suponía ningún esfuerzo, en la granja en la que
vivía caminaba y trabajaba todo el día y dormía bastante menos.

-Oh mis tripas. Mis pobres tripas, malditas sean todas esas raíces y
hierbas inmundas.

Sarim se salió del camino buscando un sitio discreto. Hariell siguió
caminando junto a Eric.

-Le he pedido que te ayude cuando lleguéis a la ciudad, pero aunque me
ha dicho que si, temo que no lo haga.

-Eric por favor no vayas al norte allí...

-Jinetes!! Vienen jinetes!!

Alguien al frente de la improvisada columna había dado la voz de alarma
sembrando el pánico entre los refugiados que ahora corrían, abandonando
el camino para esconderse en los campos.

El magistrado no huyó siguió caminando hacia los jinetes, cuyo
estandarte reconoció como perteneciente a la Guardia de la ciudad de
Verna. Con un decidido saludo los detuvo, y durante un rato habló con
ellos, luego se volvió para llamar a los refugiados que esperaban
escondidos.

-No temáis, Los guardias nos escoltaran hasta la ciudad. Estamos a salvo.

Hariell respiró aliviada, sin embargo mientras la gente regresaba al
camino, vio que dos figuras seguían corriendo hacia el norte, a través
de los campos de trigo.