Capítulo Quinto: Marten.
Ferrera se mostraba triste. La orgullosa ciudad, principal puerto del
reino había perdido la vitalidad de días pasados. Los barcos mercantes
pasaban de largo atracando más al norte, donde obtenían mejores precios
por sus mercaderías, pagando menos tasas por el amarre.
Ser Marten entraba en la ciudad por la puerta norte con su embajada.
Las antaño populosas calles le recibían hoy con la indiferencia de
viejos y mendigos.
-¡Mi ciudad! Si mis antepasados te vieran darían media vuelta antes de
conquistar estas tierras.
La casa Marten era la más antigua de todas las Baronias del reino, y la
más orgullosa, predestinada al trono. Ferrera, su ciudad, les había
proporcionado una inmensa fortuna gracias al comercio que ahora decaia.
Ser Marten puso su montura al trote, sin importarle las muchas jornadas
de camino que había sufrido el pobre animal. Quería llegar de una vez a
la cámara del consejo, y apartar aquellas deprimentes calles de su vista.
Las puertas principales de la sala esperaban abiertas desde que había
sido anunciada su llegada. El consejo rara vez se reunía, integrado por
todos los grandes barones y casas del reino esperaba ansioso las
noticias que los delegados traían de la capital, su dominio del reino
dependía de aquellas nuevas. Los emisarios entraron presurosos.
-Salud nobles Barones.
-Saludos Ser Marten.
Los enviados estaban sucios del barro, y polvo del camino, la urgencia
se imponía a las severas formas que siempre habían dominado aquella sala.
-Todos os agrecemos la premura con la que habéis llegado, ahora
contadnos, cual es la situación en la corte.
Ser Marten, que iba a la cabeza de la comitiva, como le correspondía
por sangre y por cargo, subió el peldaño que conducía a la tribuna de
oradores y examinó la sala y a sus ocupantes antes de comenzar a hablar.
Los estrados que ascendían por los laterales estaban completamente
abarrotados; hasta el ultimo hidalgo con derecho a figurar en aquella
sala estaba hoy allí esperando sus palabras. Si su discurso les
complacía le seguirían a una terrible guerra, si no, le enviarían al
verdugo en cuanto abandonara la sala. Marten no había sido nunca
paciente ni reflexivo, sentía que todo lo que debía ser suyo, por
derecho de nacimiento, le había sido arrebatado, y ahora tenía una
oportunidad de recuperarlo.
-La situación en la corte es la peor que podíamos esperar, la ciudad
entera esta dominada por el fuego y el caos. Hasta el cuerpo del difunto
rey se ha perdido.
-Vuestros primeros mensajes eran mucho mas alegres. ¿Que es lo que se
ha torcido tanto para que ahora nos vengáis con noticias tan funestas?
Marten miró hacia el origen de aquella voz ladina y burlona, y
reconoció enseguida a Oster, el hijo de Ser Haimler, un noble del norte
cuyas tierras lindaban con las del Duque Iliar. Un cobarde temeroso de
represalias, más preocupado por la virtud de sus labriegas, y el cuello
de sus cerdos que por el interés del consejo.
-Como informé en su día, la situación tras el asesinato del rey estaba
completamente bajo control. Los partidarios del duque fueron arrestados
y condenados por traición a la horca. Los capitanes de la guardia fueron
ganados a nuestra causa con el brillo del oro, y el populacho de la
cuidad amedrentado con hierro. Sin embargo por algún designio de los
dioses la situación se torció del todo justo en el momento en el que los
condenados eran llevados al cadalso. Una rebelión surgió de manera
espontanea y ganó partidarios tanto en la ciudad como en el palacio
real. Se iniciaron tumultos, desordenes, e incendios que hasta mi
partida perduraban. Tanto el palacio como la ciudad están perdidos.
Oster se levanto de su asiento dirigiéndose hacia Marten, para que
todos los barones le vieran y oyeran bien.
-Los soldados que te enviamos tenían que haber sido suficientes para
restablecer el control y el orden.
-Dado lo caótico de la situación fue decisión mía abandonar la ciudad y
establecer un campamento más al sur en el camino real...
Oster le señalaba con el dedo, como si hablara con un tabernero. Algún
día pagaría tal insulto.
-¿Abandonasteis entonces la corte y el gobierno a los traidores? Habéis
faltado a la confianza que el consejo depositó en vos.
-¿No me habéis oído? Ya no hay corte ni gobierno, ahora cada cual ha
elegido su bando. La situación es de hecho, que no hay gobierno, ni
corte, ni rey, ni reino.
El desorden se adueño de la sala, algunos consideraban que sus palabras
implicaban traición, y por tanto el hacha del verdugo.
-Escuchad! No es momento de medias tintas nosotros somos los traidores,
nosotros nos levantamos contra los valedores del legitimo sucesor del
rey: su hermano el Duque Iliar, y si nuestro levantamiento fue justo,
desde luego no fue legal.
En los escaños del consejo se discutía por fin abiertamente la realidad
de la guerra. Uno de los grandes señores muy exaltado tomo la palabra
sin que nadie se la diera.
-Este consejo es el que tiene la potestad de elegir el sucesor, y así
ha sido desde los días antiguos en los que nuestros antepasados
conquistaron estas tierras. El consejo de los Barones eligió siempre el
caudillo que guiase a su pueblo. El Duque y sus partidarios
absolutistas, todos esos villanos sin honor de las ciudades, son los
traidores.
El anciano que presidía la junta se veía incapaz de restaurar el orden,
pero Marten no tenía interés en que el tumulto acabara, al final él
volvería a hablar. Como esperaba alguien comenzó a gritarle:
-¡Traidor, traidor!
-¿Traidor a quien? Decidme: ¿traidor a quien? Vosotros ancianos
sentasteis a ese incapaz en el trono mediante chanchullos y acuerdos
indignos, y él no fue capaz ni de unir el reino ni de darle un heredero.
El rencor que guardaba el consejo al difunto rey, era su mejor baza y
acababa de jugarla. Nadie le había perdonado que por decisión propia se
llevara la corte a las ricas ciudades del norte, desde siempre aliadas
del Duque Iliar, abandonando los feudos de los barones a al indolencia.
Marten finalizó su discurso como tenía previsto.
-Yo os daré ahora el reino que queríais, unido no por las marrullerias
de alcoba sino por la fuerza del acero, haremos la guerra al Duque y a
todos sus partidarios, arrasaremos sus tierras y se las entregaremos a
los orcos, acabaremos con su linaje para siempre, conseguiremos la paz
que tanto os gusta, y traeremos el poder para este consejo.
-¿Y la corona Marten?
-La corona será para mi.
reino había perdido la vitalidad de días pasados. Los barcos mercantes
pasaban de largo atracando más al norte, donde obtenían mejores precios
por sus mercaderías, pagando menos tasas por el amarre.
Ser Marten entraba en la ciudad por la puerta norte con su embajada.
Las antaño populosas calles le recibían hoy con la indiferencia de
viejos y mendigos.
-¡Mi ciudad! Si mis antepasados te vieran darían media vuelta antes de
conquistar estas tierras.
La casa Marten era la más antigua de todas las Baronias del reino, y la
más orgullosa, predestinada al trono. Ferrera, su ciudad, les había
proporcionado una inmensa fortuna gracias al comercio que ahora decaia.
Ser Marten puso su montura al trote, sin importarle las muchas jornadas
de camino que había sufrido el pobre animal. Quería llegar de una vez a
la cámara del consejo, y apartar aquellas deprimentes calles de su vista.
Las puertas principales de la sala esperaban abiertas desde que había
sido anunciada su llegada. El consejo rara vez se reunía, integrado por
todos los grandes barones y casas del reino esperaba ansioso las
noticias que los delegados traían de la capital, su dominio del reino
dependía de aquellas nuevas. Los emisarios entraron presurosos.
-Salud nobles Barones.
-Saludos Ser Marten.
Los enviados estaban sucios del barro, y polvo del camino, la urgencia
se imponía a las severas formas que siempre habían dominado aquella sala.
-Todos os agrecemos la premura con la que habéis llegado, ahora
contadnos, cual es la situación en la corte.
Ser Marten, que iba a la cabeza de la comitiva, como le correspondía
por sangre y por cargo, subió el peldaño que conducía a la tribuna de
oradores y examinó la sala y a sus ocupantes antes de comenzar a hablar.
Los estrados que ascendían por los laterales estaban completamente
abarrotados; hasta el ultimo hidalgo con derecho a figurar en aquella
sala estaba hoy allí esperando sus palabras. Si su discurso les
complacía le seguirían a una terrible guerra, si no, le enviarían al
verdugo en cuanto abandonara la sala. Marten no había sido nunca
paciente ni reflexivo, sentía que todo lo que debía ser suyo, por
derecho de nacimiento, le había sido arrebatado, y ahora tenía una
oportunidad de recuperarlo.
-La situación en la corte es la peor que podíamos esperar, la ciudad
entera esta dominada por el fuego y el caos. Hasta el cuerpo del difunto
rey se ha perdido.
-Vuestros primeros mensajes eran mucho mas alegres. ¿Que es lo que se
ha torcido tanto para que ahora nos vengáis con noticias tan funestas?
Marten miró hacia el origen de aquella voz ladina y burlona, y
reconoció enseguida a Oster, el hijo de Ser Haimler, un noble del norte
cuyas tierras lindaban con las del Duque Iliar. Un cobarde temeroso de
represalias, más preocupado por la virtud de sus labriegas, y el cuello
de sus cerdos que por el interés del consejo.
-Como informé en su día, la situación tras el asesinato del rey estaba
completamente bajo control. Los partidarios del duque fueron arrestados
y condenados por traición a la horca. Los capitanes de la guardia fueron
ganados a nuestra causa con el brillo del oro, y el populacho de la
cuidad amedrentado con hierro. Sin embargo por algún designio de los
dioses la situación se torció del todo justo en el momento en el que los
condenados eran llevados al cadalso. Una rebelión surgió de manera
espontanea y ganó partidarios tanto en la ciudad como en el palacio
real. Se iniciaron tumultos, desordenes, e incendios que hasta mi
partida perduraban. Tanto el palacio como la ciudad están perdidos.
Oster se levanto de su asiento dirigiéndose hacia Marten, para que
todos los barones le vieran y oyeran bien.
-Los soldados que te enviamos tenían que haber sido suficientes para
restablecer el control y el orden.
-Dado lo caótico de la situación fue decisión mía abandonar la ciudad y
establecer un campamento más al sur en el camino real...
Oster le señalaba con el dedo, como si hablara con un tabernero. Algún
día pagaría tal insulto.
-¿Abandonasteis entonces la corte y el gobierno a los traidores? Habéis
faltado a la confianza que el consejo depositó en vos.
-¿No me habéis oído? Ya no hay corte ni gobierno, ahora cada cual ha
elegido su bando. La situación es de hecho, que no hay gobierno, ni
corte, ni rey, ni reino.
El desorden se adueño de la sala, algunos consideraban que sus palabras
implicaban traición, y por tanto el hacha del verdugo.
-Escuchad! No es momento de medias tintas nosotros somos los traidores,
nosotros nos levantamos contra los valedores del legitimo sucesor del
rey: su hermano el Duque Iliar, y si nuestro levantamiento fue justo,
desde luego no fue legal.
En los escaños del consejo se discutía por fin abiertamente la realidad
de la guerra. Uno de los grandes señores muy exaltado tomo la palabra
sin que nadie se la diera.
-Este consejo es el que tiene la potestad de elegir el sucesor, y así
ha sido desde los días antiguos en los que nuestros antepasados
conquistaron estas tierras. El consejo de los Barones eligió siempre el
caudillo que guiase a su pueblo. El Duque y sus partidarios
absolutistas, todos esos villanos sin honor de las ciudades, son los
traidores.
El anciano que presidía la junta se veía incapaz de restaurar el orden,
pero Marten no tenía interés en que el tumulto acabara, al final él
volvería a hablar. Como esperaba alguien comenzó a gritarle:
-¡Traidor, traidor!
-¿Traidor a quien? Decidme: ¿traidor a quien? Vosotros ancianos
sentasteis a ese incapaz en el trono mediante chanchullos y acuerdos
indignos, y él no fue capaz ni de unir el reino ni de darle un heredero.
El rencor que guardaba el consejo al difunto rey, era su mejor baza y
acababa de jugarla. Nadie le había perdonado que por decisión propia se
llevara la corte a las ricas ciudades del norte, desde siempre aliadas
del Duque Iliar, abandonando los feudos de los barones a al indolencia.
Marten finalizó su discurso como tenía previsto.
-Yo os daré ahora el reino que queríais, unido no por las marrullerias
de alcoba sino por la fuerza del acero, haremos la guerra al Duque y a
todos sus partidarios, arrasaremos sus tierras y se las entregaremos a
los orcos, acabaremos con su linaje para siempre, conseguiremos la paz
que tanto os gusta, y traeremos el poder para este consejo.
-¿Y la corona Marten?
-La corona será para mi.
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