Capítulo Sexto: Gerard.
Gerald llegó a la tienda del Duque sintiéndose un tanto sucio, y en
cuanto cruzó los cortinajes de la entrada, sintiéndose también bastante
pobre. Aquella tienda era un auténtico pabellón, y todo cuanto contenía
mostraba la riqueza y el éxito que había logrado la Casa de Iliar. Los
muebles de viaje, eran de las maderas más nobles, con sutiles grabados
que aumentaban su belleza. Una mesa con vino y comida ocupaba el centro,
mientras que en los laterales, escaños de madera cubiertos de enormes
cojines hacían las veces de asientos. En la estancia también vio
armarios, armeros, arcones, mapas, y otros objetos exóticos que no
reconoció. Frente a él uno de los mayordomos servía vino en una delicada
copa de plata.
-El Duque espera que os encontréis cómodo durante vuestra espera.
Dijo mientras le ofrecía la copa que acababa de servir. Gerald la cogió
pero no bebió de ella. No le parecía correcto comenzar a beber antes de
la llegada su anfitrión.
-Podéis tomar asiento donde os plazca y si deseáis alguna cosa no
dudéis en pedirla.
-No, no deseo nada, creo que esperaré al Duque de pie.
-Es que queréis crecer, o es que no os gustan nuestros asientos?
Era una voz de mujer, la que le hablo. Gerald, sorprendido, vio una
fina cortina, tras la que apareció una joven esbelta, con el pelo
recogido y vistiendo jubón, pantalones de cuero, y botas altas. La
sorpresa de Gerald aumentaba. La joven se acercó, le cogió la jarra de
vino al mayordomo, y se sirvió una copa a si misma.
-Uder, puedes dejarnos.
El mayordomo dudó un momento, y luego de mala gana hizo una reverencia
y salió de la tienda.
-¿Sabes quien soy?
En un primer momento pensó que sería alguna concubina del Duque, a
pesar de que su presencia en un campamento militar era normalmente
considerada como de mal agüero para la suerte de la batalla. Pero luego
comprendió que tenía que ser Siara, la hija mayor del Duque, la más
querida, y de no ser por los orcos, la mayor de sus preocupaciones.
- ¿Y bien?
Gerald se dio cuenta de que se había quedado estúpidamente mudo.
Reacciono torpemente con una reverencia, y el vino se derramó de su copa.
-Señora, sois Siara, hija del Duque. Yo soy Gerald, de la casa de Roult
mi señor padre, cuyo nombre espero heredar en...
-Si, ya... Uder me ha dicho que os habéis portado como un autentico
héroe ante los orcos. Si os complace podíais sentaros y relatarme
vuestras aventuras.
Gerald se sentía cada vez más abochornado. No estaba acostumbrado a que
una mujer le hablara en aquel tono, con tanto desparpajo, faltando tan
gravemente a la etiqueta debida, y además vestida como un hombre. Sin
embargo lo que le atenazaba el estomago eran aquellos ojos, tan claros,
profundos, verdes...
Siara sin esperarle se sentó sobre unos cojines.
-Como he dicho, prefiero esperar al Duque en pie.
Desde los cojines, ella le miraba divertida mientras se acomodaba con
movimientos felinos y calculados, mostrando las atractivas curvas de su
cuerpo. Tras contemplarla, con más atención de la debida, Gerald desvió
la vista y de un trago se bebió el vino que conservaba su copa.
-Pues contadme vuestras aventuras de pie, si tan poco os place sentaros
conmigo.
-Yo no quería decir... Yo tan solo he servido a vuestro padre en esta
campaña. Emm... Estaba asignado al ala este, y..., bueno los orcos
cargaron hacia mis hombres, y...
-Perdonad, pero no os oigo demasiado bien, de nuevo os pido que os
sentéis conmigo.
Con su copa vacía en las manos, Gerald se sentó en los cojines que
había, frente a Siara. Los encontró demasiado blandos y bajos. Ella le
seguía mirando fijamente y sonriendo.
-Como decía, los orcos cargaron hacia el ejercito de vuestro padre.
Cruzaron el río protegidos por la niebla...
-Eran muchos?
-Si, mi señora.
Siara dio un giro, y sin apenas levantarse se sentó al lado de Gerald.
-No me trates de señora. Llámame Siara.
Tan cerca, su cara era más hermosa aun, sus ojos más profundos, todo su
cuerpo era tan maravillosamente hermoso.
-Siara.
-Hola Gerald, me alegra que estés cómodo. Espero no haberte hecho
esperar demasiado.
El Duque Iliar acababa de entrar en el pabellón seguido de sus
mayordomos su mariscal y otros capitanes, bastante entrados en años, y
desde luego mas veteranos que Gerald, quien apresuradamente se puso en
pie y trato de saludar marcialmente, llevándose el puño al pecho, aunque
con la copa en la mano no fue un gesto muy elegante.
-Acercaros y serviros más vino. Veo que habéis conocido a mi hija.
Espero que se haya portado bien con vos. Casi siempre resulta incómoda a
mis invitados.
-¡Oh no! Quiero decir, ha sido un placer conocerla. Un honor.
-Padre, Gerald ha sido un auténtico caballero, y muy gentil.
Los mayordomos del duque le libraron rápidamente de su armadura,
colocándola en un mueble diseñado a tal efecto. Los capitanes y el
mariscal, tras hacerse con la jarra de vino, vaciaban una copa tras
otra, animándose unos a otros mientras comían atropelladamente lonchas
de carne fría, pan y otras viandas, expuestas en la mesa.
-¡Un gentil caballero! ¡JAJAJA! El cachorrillo hoy se ha estrenado, y
desde luego que ha salido valiente el rapaz. ¿Quien hubiera dicho que se
mostraría tan firme ante esos apestosos? ¡JAJAJA!'
-¡Y tan seco! Otros muchos se mojaron sus aguerridos calzones.
-Caballeros, vámonos. Tenemos tareas y son urgentes. Mi Duque, princesa.
Con una apresurada reverencia, aun masticando carne, y con la ultima
copa de vino aun bajando por su gaznate, el mariscal y los capitanes
abandonaron la tienda. Gerald se pregunto si debía irse con ellos. Sin
embargo los mayordomos le sirvieron una nueva copa de vino, y con ella
en la mano esperó.
El Duque se sentó junto a su hija, pasándole un brazo sobre los
hombros. Ella apoyó su cabeza en él.
-Gerald he recibido malas noticias, mi hermano el rey ha sido asesinado.
Aquella noticia era terrible. Sin embargo el Duque no parecía muy afectado.
-Mi querido tío. Ha muerto.
Siara tampoco parecía muy conmovida.
-Si Siara, uno de sus caballeros tuvo un desencuentro con él tras
librarle de un dragón. Algo muy desafortunado. Pero eso no es todo, los
Barones del consejo, se han alzado en armas, han negado mi derecho al
trono, arrasando la ciudad de Antigua con sus fuerzas mercenarias.
-Eso es terrible Señor.
-Sin duda, pero queramos o no nuestro oficio es la guerra, y esta ahora
está en el sur. Levantamos el campamento.
-Me ocupare de que mis hombres...
-Eso no será necesario. Gerald: me habéis servido bien, por lo que
llevareis esta triste noticia a vuestro padre. Le informaréis además,
que ha sido nombrado por mi, ministro del reino, con potestad para
recaudar impuestos y ejecutar levas entre todos mi súbditos, gentiles y
plebeyos, en todas aquellas tierras y cuidadas leales a mi causa.
-Señor será un gran honor para mi padre.
-Y una dura tarea, la situación es grave, y debemos proceder con
presteza. Podéis iros.
-¿No me dejaras despedirme de Gerald, Padre?
-Bien sabes que si.
Siara se levanto, se acerco a Gerald y muy educada, extendió la mano
derecha. El se arrodilló, y suavemente se la beso.
-Adiós Gerald, espero volver a verte pronto.
-¿De verdad? Quiero decir, será un placer. Soy vuestro seguro... más
sincero servidor. Adiós princesa.
Salió de la tienda, después de hacer un par de reverencias al duque y a
su hija. Una vez fuera el siempre eficaz Uder le entrego un pergamino
lacrado con el sello del Duque.
-Este documento acredita el nombramiento de vuestro padre, y este es el
sello propio de su ministerio. Espero que seáis consciente de su valor.
-Amigo Uder, puedes estar seguro de que no hay nada en este mundo que
mi familia valore más.
-Aunque ahora para mi, si que lo hay.
-Dijo para si mientras se alejaba, pensando en unos ojos claros,
profundos, verdes...
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